lunes, 23 de marzo de 2015

UNA HISTORIA DE AJEDREZ Y MUNDIALES

Mi padre, que de joven fue un hábil jugador de ajedrez, me dijo en una ocasión que este juego tiene mucho en común con el fútbol: si dominas el centro del tablero, tendrás todas las de ganar. Lo que escuché me pareció razonable, pero en mi opinión hay otro detalle que une a escaque y balón, y es que el exceso de confianza y las pérdidas de concentración tienen efectos devastadores en uno y otro caso.   

Este blog habla de los mundiales de fútbol, un campeonato en el que la selección española tocó el cielo una vez, en 2010. Sin embargo, antes -y después- de esa fecha protagonizó fracasos y decepciones que quizá no hubieran sido tales de haberse desenvuelto los nuestros con la sangre fría y la competitividad que la oportunidad exigía.  

Pensando en nuestro pasado mundialista, especialmente en los partidos de eliminatoria directa, inicié esta partida. Empezamos fuertes, saliendo al ataque, jugando como nunca y ¿perdiendo como siempre? La salida en tromba comienza con un peón arrebatado a las blancas, pero es una estrategia demasiado alocada y tiene como resultado un caballo y un alfil amenazados por sendos peones. Opto por salvar el alfil. El caballo sacrificado desaparece del tablero.



Un caballo a cambio de dos peones. Mal negocio. El adversario se adelanta en el marcador, un 1-0 traducido al lenguaje del fútbol. Pese al revés y a que todo indica que perderemos el duelo, aún queda tiempo y mantenemos la confianza en dar la vuelta al resultado. Hay ganas de luchar hasta que merezca la pena hacerlo.

Y la situación lo merece. La desventaja en el valor de las piezas tiene no obstante una ventaja en la disposición de las mismas. Mi dama y uno de mis alfiles -el de casillas oscuras- amenazan desde sus respectivos flancos a un peón clavado en la casilla c3. Mientras la dama domina la diagonal que llevaría a la torre rival, el alfil tiene en el punto de mira al rey. Sólo un caballo protege al peón, que pronto recibe el apoyo de su dama. Aprovecho para enrocarme y el rival hace lo propio, ocultando así a su rey de miradas maliciosas. 

La remontada comienza insistiendo en atacar por el flanco derecho, con ese peón doblemente amenazado y la torre tras él entre ceja y ceja. Juego con el corazón, pero sin perder la cabeza. Con uno de mis peones añado otra pieza apuntando a la posición c3, con lo que comenzará una escaramuza que me librará de la adversidad. Primero, gano un caballo y dos peones -¡cediendo en el envite sólo un peón!-; después, intercambio mi último caballo por un alfil, y en el desenlace de esa jugada gano un peón más.

Hemos invertido el marcador. El 1-0 es ahora un 1-2 y bastará con mantener la calma para salir victoriosos. Peón, caballo, alfil y torre, muy bien apoyados entre sí, y con la sombra protectora de la reina, han hecho una escabechina en las filas rivales. El botín, más que valioso. 

Y en esto llega el error imperdonable. El alfil y la torre que tomaron parte en la refriega están desprotegidos, y un mero movimiento de la dama adversaria a la casilla a2 me pondría en aprietos. Sin embargo, tanto el alfil como la torre -y mi reina, desde la distancia- amenazan a un caballo clavado en c3. En cuanto las blancas ejerzan su turno, bastará con embestir a su caballo con la pieza adecuada: la torre



La reina se desplaza, pero no a a2, sino a d5. Una jugada inesperada, pero no por ello equivocada. La equivocación viene de mi parte, al capturar el caballo con el alfil y... ¡dejando mi torre a merced de la dama! La casilla d5 revestía la misma amenaza para mis piezas desprotegidas. De una victoria segura paso de un plumazo a una derrota que sólo podría evitar un despiste del mismo calibre por parte de mi contrincante. Demasiado pedir.

Las imágenes se van sucediendo en mi mente. Cardeñosa y su fallo imposible. Las manos temblorosas de Arconada. Míchel apartándose de la barrera. Salinas estrellándose contra Pagliuca. Zubizarreta convirtiendo en autogol un centro sin peligro. Decididamente, la Eurocopa se nos da mejor que el Mundial. Pero acto seguido llegan a mi memoria otros episodios. Manjarín temblando ante SeamanMolina olvidando que en verano hace solRaúl practicando el tiro a las nubes.

Lo visto en el tablero se traslada al césped con un dramático guión:

La remontada desata la euforia entre los nuestros. ¿Quién daba un céntimo por ellos sólo una hora antes? A base de tesón y fe en sí mismos le daban la vuelta al marcador. 1-2 y menos de cinco minutos para el pitido final. Por una vez, el tiempo no corre en nuestra contra. La selección acaricia el pase a la siguiente ronda. Es el final soñado. 

Cuando un defensor rival, desesperado, comete un derribo dentro de su área, lanzamos las campanas al vuelo. Una pena máxima tan cerca del último minuto. A un paso del gol de la tranquilidad. Ya nada puede apartarnos del éxito. El ejecutor, confiado en su puntería, coloca la pelota en el punto de penalti y busca los ojos del portero. Pero éste ya ha encontrado los suyos mucho antes.

Al borde del área, los nuestros y los otros a la espera del desenlace. El tirador apenas toma carrerilla. Uno, dos, ¡dispara!

El rechace reactiva a quienes un instante atrás se veían haciendo las maletas y bloquea a los nuestros. Ni uno solo acude a rematar el despeje del guardameta. Ellos, por contra, en cuatro pases se plantan en nuestro campo. Vuelan como flechas hacia su objetivo. 

Un contragolpe letal, de libro, que finaliza con el mejor premio posible. No en gol, sino aún mejor: zancadilla, penalti y expulsión. Pero con una diferencia: su tirador no falla. Dispara con oficio y templanza, y también por la escuadra. 

Empate a dos, agotados física y mentalmente y por delante una prórroga con un jugador menos.  

No voy a escribir la crónica de la prórroga. No la merece. De nada sirve resistir veinte jugadas más cuando ya se sabe el resultado.



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